Anoche, la
penúltima noche de enero, ella me comentó que alguna vez en la adolescencia quiso
ser fan de algún cantante. Se decidió por Shakira pero nunca pudo aprenderse
bien las canciones, no entendía lo que decían. A sus casi treinta años no ha
podido ser fan de nadie. Tomábamos cerveza verde y comíamos un plato de queso y embutidos. Sonaba una
canción de Bob Dylan. Salimos a compartir un cigarro. Con mi tos no era
conveniente uno completo. Le dije que yo también había intentado ser fans de
otros cantantes y lo había logrado pero con cierto éxito. Le expliqué que me aprendía
las canciones, así no las entendiera, pero los títulos jamás lograba
memorizarlos. Entramos porque el viento frío de Las Heroínas me molestaba la garganta. Todavía sonaba la canción, o tal vez la repitieron. Y
como si fuera un milagro parecido a un truco de magia, recordé el título, Visions of Johanna. Tal vez porque lo había leído tantas veces
antes de escucharla. Y pensé en Luis Tévez y Eugenia Blanc, porque algunos personajes de ficción
se nos parecen tanto que uno termina por recordarlos como si fueran gente real.
Caminamos un rato por el centro hasta que nos subimos a un taxi. La dejé en la
puerta de su casa y subí en el taxi hasta la mía. Hoy, enero se despide con una tarde fría, olor a tierra
mojada, algunas gotas de lluvia (poco agradables). Ataque de tos. Parece
que vienen los días del frío húmedo. Días en los que el alma se esconde en los
rincones del cuerpo.