viernes, 7 de enero de 2011

Ya lo dijo Shakespeare en Macbeth: de los acontecimientos que parecían prometernos la paz nacieron las alarmas. Cuando Eric por fin pudo sacar el espejo sin que ninguno lo ayudara y en la imagen devuelta pudo intuir el significado de por ahí te toca, de ese momento de dicha nació, el momento de las alarmas. ¿Tragedia? Sí, sacudida del nombre-espejo. Tragedia sin sangre, me tocó el camino de la tragedia sin sangre. La asumo, pero sin gritos. No me gusta el estruendo de los cubiertos golpeando la bandeja cuando en el comedor universitario se le cae a alguien una cuchara al piso. Es un sonido hueco, no habla de nada. Eric cree en la idea de destino, por eso entiende lo de por ahí te toca, que si pronuncia bien es el sonido de un espejo cuando se quiebra en dos o más partes. El momento de las alarmas. Las cuatro escasas y livianas letras siguieron siendo escasas, y ya se dijo, no siempre livianas. Es el contrapeso que es la vida, todo necesita contrapeso. Levantar una pierna implica tensar algunos músculos para mantener el equilibrio. El principio de todo equilibrio es la tensión. Por eso Eric no podía quedarse varado en ese momento cuando pudo sacar por sí mismo el espejo, necesitaba el instante siguiente. El espejo, por el peso insostenible de las cuatro letras, tenía que lanzarse contra el piso. Un sonido legible, que susurrando dice, por ahí te toca.